viernes, 8 de febrero de 2013

La dama blanca


Cuenta mi abuelo que todo ocurrió allá por 1930 o 1931, cuando él contaba unos 6 o 7 años , en su pueblo, un pueblecito perdido en la provincia de Cuenca. Él comenzaba diciendo:

Lo recuerdo todo como si fuera ayer. Tenéis que haceros a la idea de que en aquella época nada era como ahora. Nos levantábamos con el sol y nos acostábamos al poco de que este se pusiese , pues  no existía luz eléctrica, ni agua corriente en casa. Eran tiempos duros. El transporte lo realizábamos en mula o burro y no íbamos más allá de los pueblos vecinos. Tener un par de mulas era casi todo un lujo, pues te quitaban mucho trabajo y esfuerzo.

 Aquel año habíamos terminado pronto la siega de septiembre y creo recordar que fue después de la fiesta del 14, fiesta de Jesús . Mi padre había decidido que como hacía buen tiempo  era el momento adecuado de acercarnos a las viñas para ver si ya podíamos hacer la recolección de uva para hacer el vino. A mí me encantaba, pues era la época en que más entretenida estaba mi madre y yo podía meterme con los pies en la cuba y pisar la uva. ¡me encantaba!

Aquel día comenzó soleado y oía decir que parecía el veranillo de San Miguel del calor que hacía. Después de comer salimos con el burro mi padre y yo. Fuimos a las viñas que estaban cerca de un pinar grande que aún continua en el pueblo. Fue estupendo. Después de estar mirando un rato mi padre comentó que también ese año había que dar gracias a Dios, pues la uva era grande y dulce y saldría un buen vino, tan bueno que incluso podría regalar algún litro a la familia .

Allí nos entretuvimos hasta más o menos las 5 de la tarde y mi padre decidió que ya era hora de irnos pues no quería que la noche se le echara encima pues no hacía mucho unos lobos se habían acercado al pueblo y habían matado una oveja. Cuando yo ya estaba subido al burro, empezaron a caer gruesos goterones de agua y el cielo cambió de repente volviéndose negro y amenazador. No recuerdo en toda mi larga vida de haber visto llover de igual modo.

Mi padre intentaba tranquilizarme:

-                    Ya verás, hijo, pronto llegaremos al refugio de pastores que hay en el pinar y allí esperaremos a que escampe. No pasa nada.

Pero esos no eran mis pensamientos. Por mi cabeza pasaban todas aquellas historias que había oído contar en las noches de invierno alrededor de la lumbre. Historias de miedo que volvían a mí más terroríficas y espeluznantes. Veía pasar al fantasma de D. Liborio, el boticario que se había suicidado colgándose de un árbol  por no poder pagar unas deudas, o veía el fantasma de Felipito, el niño que cayó a un pozo y nadie pudo salvar....no sabía si lo que corría por mi cara era el agua o bien el sudor frío que sentía por todo mi cuerpo.

Cuando estábamos próximos al refugio un gran relámpago iluminó el pinar y ahí noté como el corazón quería salirse de mi pecho. Entre los árboles pude observar a una mujer pálida, muy bella y toda vestida de blanco que me rozó la cara en un segundo y antes de desaparecer me dijo:” Tranquilo, aún no es tu hora” Aún no sé como mi padre me bajó del burro, ni como entré en el refugio donde ya se encontraban otros vecinos a los que la lluvia también les había pillado. Al verme tiritar y con la cara de espanto se preocuparon y yo entre castañeteo de dientes y temblores, pude contarles mi historia.

Nada más terminar, la vergüenza se apoderó de mí, pues todos se pusieron a reír. ¿Qué pasaba? No entendía nada. Entonces, uno de los hombres, el tío Pedro, me dijo:

-                    Tranquilo, chaval. Lo que has visto no es más que el espantapájaros que he puesto en mi huerta. Lo he envuelto en una sábana vieja para ver si esos dichosos pájaros me dejan en paz las verduras, pero ni por esas.
-                    ¡No!, contesté, era una mujer blanca y me habló...
-                    Mi padre me miró y dijo: No, Marcos, los fantasmas no existen aunque a veces algunos digan lo contrario. Esta tarde es propensa a que los ojos nos jueguen una mala pasada. La lluvia es tan espesa que parece una cortina tupida y los truenos y relámpagos nos hace temer a todos.

Yo no estaba tan seguro de lo que me decían, el miedo todavía recorría mi cuerpo. Al poco rato de estar allí, la tormenta pasó y el cielo volvió a iluminarse con el sol. De la tormenta no quedaba nada solo el aire limpio y un fuerte olor a tierra mojada. Todos los cinco nos preparamos para volver al pueblo, aún quedaba una media hora de luz, tiempo suficiente para llegar. Al salir del refugio vi el espantapájaros y de verdad tenía una gran sábana, un poco deslucida, que el aire movía de un lado a otro. No sabia lo que pensar.

Llegamos al pueblo casi anochecido. Mi padre le contó la historia a mi madre. Esta solo me miró y dijo: “Buena historia para contar en el invierno al calor de la lumbre”

Al pasar los años sigo sin saber si en verdad el miedo me pasó una mala jugada, pero desde entonces los días que hay tormenta huyo del pinar, por si acaso la Dama Blanca decide que en verdad ya es mi hora, y vosotros más vale que hagáis lo mismo y los días de tormenta os metáis en casa y no salgáis hasta que haya escampado pues los pelos de mi nuca me dicen que de verdad existe esa Dama Blanca.

Yo no sé si mi abuelo cree en verdad en su historia pero cuando llueve mucho le veo mirar por la ventana a un punto fijo y acurrucarse en su chaqueta como si un gran frío le recorriera el cuerpo. Yo por si acaso tampoco saldré en los día de tormenta...
                                                                           Luu -2003

Este cuento lo escribió mi hija. Lo tengo bien guardadito pues me encantó.Ahora de vez en cuando, sigue escribiendo y la verdad, para mi tiene talento. ¿qué va a decir una madre?. Espero os guste y disfrutéis con él como yo.